Lost in translation. La articulación de nuestra mirada puede parecer a la de un plano cinematográfico: técnicamente realizada bajo un código estable, pero con un interés crítico en tiempo presente. En la película Lost in translation (2003) de Sofía Coppola, Scarlett Johansson interpreta a “Charlotte”, una mujer de 26 años que se enfrenta el vacío de no encontrar un sentido evidente a su vida. En su búsqueda, sin demasiada desesperación, se entretiene caminando por la ciudad de Tokio, en fin, donde la vida la ha llevado por casualidad. Allí se deja arrullar por las curiosidades de la cultura que descubre. En un momento, algo la hace salir de su monótona expresión y le saca una sonrisa: en una sala de videojuegos observa con qué agilidad un adolescente puede manejar una guitarra-mando de videojuego. Con determinación en cada movimiento, el joven hace sonar una canción de rock. Es sólo un juego, pero el chico va vestido de roquero, lleva un cigarrillo en la boca fuma mientras una admiradora lo mira expectante desde un lado de la consola.
Al otro lado tenemos a Johnasson, con su sonrisa curiosa, pues el chico interpreta un rol que ya es leyenda: el del “rockstar”. Su única fanática parece estar cautivada. Johansson retiene la risa. Esta mirada triangulada abre ante nosotros varias lecturas, no sólo vinculadas a la tecnología de la imagen sino a otros elementos susceptibles de ser estudiados como: el discurso que representan o legitiman estos fotogramas, el performance o el espacio que ocupa el personaje y su indumentaria. No obstante, podemos buscar en el fondo el motivo de nuestro interés, por qué convertimos en objeto de análisis serio un fragmento de una obra de aparente entretenimiento masivo, qué tanto nos dice una imagen que parece no necesitar un especial esfuerzo para ser comprendida. ¿Cuáles podrían ser las bases de mi interpretación?
Sayonara